El metraje encontrado
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El "metraje encontrado", que se ha ido a llamar al found footage descrito por la crítica estadounidense, es uno de los géneros que más placer cinéfilo me procuran de un tiempo a esta parte. Puesto a sacar mis primeras conclusiones sobre estas cintas, apuntaré que en sus ejemplos señeros -El proyecto de la bruja de Blair (Daniel Myrick, Eduardo Sánchez, 1999), Paranormal Activity (Oren Peli, 2007), Monstruoso (Matt Reeves, 2008)...- representan la mesura frente al despropósito en que ha caído el cine fantástico en general -y el de terror en particular- mediante el abuso de los prodigios que procuran los efectos digitales y el execrable gore, que ha acabado por hacer una parodia de tantas atrocidades cuya mera insinuación nos hacía temblar antaño. Me explico:
El metraje encontrado son aquellas películas que aparentan ser el hallazgo de las grabaciones videográficas -raramente filmaciones- que restan de una historia tan brutal que no quedo con vida ni el apuntador para contarla. Fueron otros los que encontraron el material fortuitamente, tal y como lo dejaron cuando murieron en el intento quienes lo grabaron. Y se supone que, aquellos que recogieron los VHS de la película homónima (VV. AA., 2012), la cámara de seguridad de la vivienda de la saga de Paranormal Activity o el disco duro que aparece flotando en un río de África en Proyecto dinosaurio (Sid Bennett, 2012), lo exhiben a los espectadores tal y como quedó el material cuando los acontecimientos se dispararon. Estamos por tanto ante un afán de contar la historia sin artificios tan grande como el que aguijoneaba a Lars von Trier, Thomas Vinterberg y sus acólitos de Dogma 95.
Ahora bien, en tanto que el recorrido de los dogmáticos sólo dio para diez años y su trascendencia más allá de los círculos cinéfilos fue nula, el metraje encontrado ya tiene dieciocho años de vida y, habida cuenta de su brío, le quedan muchos.
En realidad, los verdaderos orígenes del género se remontan a Holocausto caníbal (Ruggero Deodato, 1980). Pero dicha cinta -construida en base a las filmaciones de unos reporteros que se adentran en la Amazonia para la realización de un documental sobre las supuestas tribus antropófagas que allí moran- me repugna tanto que prefiero omitirla en mis recuentos del género. De modo que, a fe mía, el metraje encontrado arranca con El proyecto de la bruja de Blair. En aquella experiencia de los tres estudiantes de cine, que desaparecieron mientras rodaban un documental en un bosque de Burkittsville (Maryland, EE. UU.) sobre una serie de infanticidios, ya están expuestos todos los parámetros estéticos y argumentales del género.
La primera de dichas coordenadas es la apariencia de falso documental, o filmación amateur debida a uno o varios de los protagonistas del asunto. De ahí se siguen esas imágenes rudimentarias -como lo eran las grabaciones en VHS, a las que el metraje encontrado homenajea desde varias perspectivas- y a menudo tomadas con la cámara en la mano, consustanciales al género. La música -si la hay- siempre es diegética -aquella que procede de fuentes identificables en la escena retratada por el objetivo-, nunca fondos musicales ni banda sonora... En fin, como la vida misma. Porque todo en el metraje encontrado va a abundar en un afán de realidad tan grande como el que impulsó a Jean Rouch y el filósofo Edgar Morin en aquel cinema-vérité plasmado en Chronique d'un été (1961), todo un jalón en la historia del cine y de la sociología.
Son estos procedimientos los que dan ese aire de autenticidad al conjunto. Como con tanto acierto han señalado esos críticos que han descrito el género, vienen a ser como las cartas y las entradas de los diarios a toda esa literatura de miedo que va de Frankenstein o el moderno Prometeo de la gran Mary Shelley (1818) a La llamada de Cthulhu (1826) de H. P. Lovecraft. Si no fuera porque todo lo que cuentan estas películas es mentira, podría decirse que el metraje encontrado culmina ese anhelo de hacer cine de la realidad, que han buscado tantos cineastas, como poco desde los días del gran Dziga Vertov y los vanguardistas rusos. Y lo culmina hasta el punto de que Chronicle (Josh Trank, 2012) es la única cinta en que resulta verosímil que a unos jóvenes les sean dadas habilidades telequinéticas por un objeto desconocido.
También es ese afán de realidad el que lleva al metraje encontrado a buscar la proporción del verdadero miedo. Lo que más asusta raramente se ve. La casquería da asco y dar asco a los espectadores -junto a buscar su risa- es el recurso más fácil de quienes no saben contar una historia de miedo. Incluso Rec (Jaume Balagueró y Paco Plaza, 2007), la primera, la obra maestra de la saga, es una película moderada en su retrato del horror y de la sangre que provoca la barbarie que el virus desata. Como también lo es La cueva (2014), la brillante cinta con la que debutó Alfredo Montero sobre unos jóvenes, que van a divertirse como bestias a Formentera y, cuando acaban perdidos en una de sus cuevas, deciden comerse a la más débil. De no ser por el comedimiento de este joven realizador a la hora de aludir a la abominación, su cinta hubiera sido tan execrable como Holocausto caníbal.
Sí señor, del metraje encontrado alabo su mesura, su sugerencia, su esfuerzo por contar lo que no se ve, lo que queda en ese espacio fuera del campo de sus planos.
Publicado el 12 de diciembre de 2017 a las 12:00.